Leemos hoy, al igual que el día de Navidad, el prólogo del cuarto evangelio, que podríamos llamar "Historia de la Palabra de Dios": se habla aquí de todo lo que Dios ha hecho, desde la creación del mundo, para comunicarse con los seres humanos y de cómo éstos han respondido a esa invitación.
Así descubrimos el papel de la Palabra en la creación del mundo y en la historia; en ella ofrece Vida y Luz, pero su oferta ha sido muchas veces rechazada por los hombres.
Al final del himno, la Palabra recibe nombre propio: Jesucristo. Él es la Palabra de Dios hecha carne. Su persona es el lugar donde puede darse una comunicación verdadera entre Dios y la humanidad. Él es el único que puede hablarnos del Padre, porque sólo él lo ha visto cara a cara y puede traducir el lenguaje de Dios a nuestro lenguaje.
El himno insiste en los diferentes tipos de respuestas que encuentra la oferta que Dios hace en Jesús, Palabra encarnada: unos no lo recibieron y otros, al recibirlo, llegan por la fe a la dignidad de hijos de Dios.
En estos días de Navidad la Iglesia, al elegir este himno para la liturgia de hoy, nos acerca, una vez más, la oferta de la Palabra hecha carne, del Hijo de Dios hecho comunicación de amor, y cada uno de nosotros debe alcanzar una respuesta.