En el pasaje evangélico que hemos leído hoy es preciso distinguir dos partes:
La primera nos presenta un itinerario de “corrección fraterna” y podía ser una aplicación práctica de la parábola de la oveja perdida: ante un hermano que, por el pecado, se ha separado de la comunidad, ésta debe realizar, con respeto y amor, un proceso de búsqueda; primero a solas, después con dos o tres, después con toda la comunidad; ese proceso puede culminar con éxito, ganando al hermano, o en fracaso, quedando fuera de la comunidad.
La segunda parte engloba tres sentencias de Jesús; la presencia de Jesús en la comunidad, la tercera de las sentencias, ilumina las otras dos, la del “atar y desatar” y la de la oración común.
Los discípulos deben atar y desatar, retener el pecado o perdonarlo, desde la autoridad de Cristo que está en medio de su pueblo y, por eso, su decisión en la tierra es corroborada por Dios en el cielo. De igual modo, cuando los discípulos piden algo en común en nombre de Jesús, el Padre del cielo se lo concede. La lectura de este pasaje entre las parábolas de la oveja perdida y la del perdón sin límites nos recuerda que el desatar y el perdonar tienen prioridad sobre el atar y excluir.