El cuarto domingo de Cuaresma que estamos celebrando recibe tradicionalmente el nombre de «domingo lætare», de la alegría, porque están ya más cerca las fiestas pascuales. La Iglesia es llamada en este tiempo a una oración más intensa que nos devuelva a la comunión con Dios. Como en el caso del pueblo de Israel, los profetas y Jesús, la oración en el desierto puede ser de lucha pero también puede ser experiencia de gloria. En este domingo celebramos en la Iglesia de España el Día del Seminario. Este año celebraremos la solemnidad de san José mañana lunes, día 20. Hoy tendremos presente de un modo especial al seminario de nuestra diócesis, y a los seminaristas que en él se preparan. También pediremos por las vocaciones al sacerdocio, para que Dios siga suscitando pastores que apacienten a su pueblo.
En esta Iglesia siempre en camino, necesitamos servidores de la mesa, dispuestos a lavar los pies y a ser ungidos para hacer presente a Cristo siervo y pastor. Todos y cada uno estamos llamados a vivir nuestra vocación con fidelidad y pasión. Hoy, al celebrar el día del seminario, pongamos en valor la vocación recibida y agradezcamos las que descubrimos en los demás. Contemplando la disponibilidad de san José al plan de Dios, pidámosle especialmente por todos aquellos que están formándose en nuestros seminarios, para que se dispongan a servir un día desde el ministerio sacerdotal al pueblo de Dios que está en camino. Y pidamos su intercesión para que, como él, muchos se dispongan a responder a la llamada de Dios.
En este pasaje evangélico Jesús cura a un ciego de nacimiento; con ello se proclama “luz del mundo” y se inicia un doble proceso:
El del ciego que, como hiciera la samaritana, inicia un proceso de fe: al principio dice que le ha devuelto la vista “ese Jesús”; luego lo califica de “profeta”; después sostiene que ”viene de Dios”; y finalmente se postra ante Él en gesto de adoración y afirma: “creo, Señor”.
El de los fariseos que se ofuscan cada vez más en su hostilidad hacia Jesús; para ellos es un “pecador” y acaban echando fuera al que había sido ciego.
Al
final del pasaje, Jesús ofrece la clave de interpretación: ante su revelación
como luz hay que decidirse; el ciego personifica la actitud de los que desean
ser iluminados por Jesús y acceden a la fe; los fariseos, en cambio, son ciegos
porque no quieren ver, se apartan de la luz y permanecen en su pecado.