Celebrada la fiesta de Navidad, nos presenta este domingo la liturgia a la Sagrada Familia cumpliendo la Ley, que prescribía que todo varón judío debía peregrinar al templo tres veces al año: en Pascua, en la fiesta de la Tiendas y en Pentecostés.
Sorprende en el relato el comportamiento de Jesús como algo impropio de un muchacho de su edad, que debía vivir sometido a la tutela de los padres; pero este hecho, más que una rebeldía adolescente, nos invita a profundizar en el misterio de la persona de Jesús: la inteligencia del niño, en medio de los maestros, y la declaración que hace a su madre dejan bien claro que su actuación futura no va a depender del entorno familiar y que su padre de verdad no es José, como dice María, sino Dios y que su misión consistirá en “ocuparse de sus asuntos”, en hacer en todo la voluntad del Padre. El pasaje concluye con una clara afirmación de la humanidad de Jesús: aunque sea el hijo de dios, también está sometido al proceso de crecimiento y maduración propio de cualquier persona.
Esta Jornada se celebra recién iniciado, el 24 de diciembre, el jubileo de la Esperanza y los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida proponen este jubileo “como una oportunidad de redescubrir el don de la esperanza en la vida familiar, ya que nos trae una sobreabundancia de gracia”.
“En medio de una transformación profunda que puede afectar no solo a la sociedad, sino también al corazón de las personas”, los obispos señalan a la familia como «comunidad que une persona y sociedad” y “un lugar de encuentro y apertura, donde se vive la reciprocidad, el amor y la fecundidad”.
En la familia la persona, además de como individuo, se forma “como miembro de una comunidad que camina hacia Dios y hacia los demás”. Aprendemos, continúan los obispos en su mensaje, “que «no es bueno que el hombre esté solo» (Gen 2,18) y que nuestra identidad se construye en la relación con los otros”. Esta verdad, puntualizan, “se convierte en una fuente de esperanza en una sociedad herida por el aislamiento, la soledad y la ruptura de los lazos comunitarios” porque “la familia es la primera y fundamental estructura en la que se aprende el sentido de la solidaridad, la gratuidad y el cuidado del otro. Allí donde el amor es verdadero y se comparte, surge la esperanza”.
En este sentido, los obispos proponen la vivencia del año jubilar como una “invitación a fortalecer los lazos de amor en nuestras relaciones y a reconocer la dignidad de cada persona, especialmente en un momento en que las dinámicas sociales pueden llevar a la división y al desencuentro”. La familia cristiana “es llamada a ser testigo de esta misericordia divina, que no se cansa de perdonar y de renovar todas las cosas. En este tiempo de gracia, es fundamental que nos esforcemos por restaurar la confianza y el respeto mutuo, comenzando por el seno del hogar”.