Comentario diario

Los dioses y el Hijo de Dios

Me impresiona ver a un Dios que se conmueve por el dolor del hombre. En la antigua Grecia, los dioses dirigían los pasos de los hombres hacia un final predeterminado por ellos, como si su cometido fuera dedicarse a jugar con los destinos de los humanos. Ulises es odiado por Poseidón, por eso es tan complicado el regreso a su tierra, porque a cada poco le va poniendo trampas. Y, como es el dios del mar, se encargará de que el barco de Ulises naufrague en varias ocasiones. Así, poco a poco, le va torciendo su itinerario a través del sonido del canto de las sirenas, por ejemplo, tan seductor, que vuelve locos a los miembros de la tripulación. En otra ocasión, Calipso intenta seducir al héroe para ofrecerle una juventud eterna. Entonces interviene Atenea ante el tribunal de Zeus para que Calipso deje de molestar a Ulises. En los mitos griegos asistimos a la mezcla de una entretenida partida de bridge y una lucha tribal entre divinidades. Así, los dioses van gastándose su tiempo eterno y repartiéndose el porvenir de los pobres humanos, tan perdidos.

En el Evangelio, sin embargo, vemos a un Dios que ha descendido hasta el barro del ser humano, y se ha hecho compañero de victorias y derrotas. A Jesús se le ve conmovido en muchas ocasiones por cuanto les ocurre a las criaturas, le duele su sufrimiento y sus incapacidades. Asiste perplejo a las consecuencias desastrosas de la aparición de la muerte en la vida humana. Y llora, porque quiere ver al hombre feliz, y advierte que por sí solo no medra. Hoy tenemos como protagonista una doble muerte. Una viuda que ha visto marcharse a su marido y ahora asiste al funeral de su propio hijo. Para los dioses griegos, aquellas muertes no eran más que las consecuencias de sus juegos ociosos. Para Jesús es un dolor personal que le provoca que se le salten las lágrimas. ?No llores?, le dice a la viuda al ver el cadáver del hijo. Intenta consolarla al modo nuestro, tan pobre. Le dice algún comentario oportuno, con esa imposibilidad tan humana de pronunciar la frase exacta del consuelo.

Entonces sucede el milagro. Si tenemos que ponerle definición, todo milagro es adelantar en este mundo lo que será la promesa de la verdadera vida. Y la gente se exalta como en las fiestas populares, ?¡Dios ha visitado a su pueblo!?, ?¡ha venido un gran Profeta!?. Pero el Señor ya sabe que el camino de los milagros conduce a la exaltación de las masas, sólo el camino del diálogo secreto lleva a la conversión. Qué impresionante es ver cómo el Señor trabaja el corazón de Nicodemo con conversaciones pausadas, cómo se gana a la samaritana sin aspavientos de taumaturgo, cómo va haciendo vida diaria con los doce para que ellos vayan sacando sus conclusiones con libertad. Pero en el Evangelio de hoy, el Señor se rompe, y al romperse, también rompe la línea fina que separa este mundo del que vendrá, y lo impensable sucede.

No te fíes de Zeus, que maneja el rayo a su gusto, y es su arma más terrible. Además está casado con su hermana Hera, y encima tiene numerosas aventuras y amantes. Si tengo que fiarme de alguien, tendrá que ser de aquél que sepa llorar conmigo, que no me deje solo dentro de mi cerebro, y no me abandone a mi propia muerte.

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