Ayer, en la misa de la tarde, en el memento de difuntos, pedí por Roberto, que me pareció la forma más delicada para no nombrar en voz alta a Robert Redford. Pero es verdad, lo hice porque guardo cierta pesadumbre por tener que despedirme de él, como si hubiera sido un miembro de mi familia. A veces el bisabuelo que no conociste es menos próximo que la cantante de ópera que sigues en sus tournées, porque es una mujer que enciende hasta la última vela de tu alma. He tenido durante toda mi vida una cercanía muy grande con Robert Redford. Sus películas me han hecho muy feliz, y donde el ser humano apunta a la belleza, allí mismo está Dios. Una chica de veintiocho años me dijo ayer que no sabía quién era ese actor, la miré desconcertado, como se mira al terraplanista. Pero bueno, eso pasa con los amigos, no todos escogemos a los mismos, ni tenemos que saberlo todo de todo, pero perderse una de sus pelis de los años setenta es haberse perdido mucho. Una de las frases que pronuncia en la película Brubaker, haciendo el papel de alcaide íntegro de una prisión, me ha acompañado toda la vida. La oí de adolescente y aún no me abandona. Está dialogando con una abogada que le propone un apaño no muy legal sobre un cliente, y él le responde de esa forma tan asertiva, tan suya, ?eso que usted me dice puede funcionar como estrategia, pero no como principio?. Reconozco que rebobiné varias veces la cinta, entonces funcionábamos con VHS, para aprendérmela bien. Lo válido es un principio, no una estrategia.
Un ser humano tiene que abrir todas sus ventanas interiores a la propuesta de Dios, y la propuesta de Dios está ahí fuera, donde vivimos la propia existencia junto con otros seres humanos, bajo el cielo de septiembre. Y sobre todo Dios habla a través de la sorpresa que produce el arte, aunque este arte se encuentre en séptimo lugar. El Señor se lo reprocha hoy a su generación, habla de los niños que han tocado la flauta y la gente no ha bailado. Es como si la alegría del mundo les fuera ajena. Cuando toca bailar, no sólo hay que bailar, hay que saber bailar, y bailar sin desmayo. No sólo hay que ver películas, hay que saber qué película es buena y dar razones sobre su capacidad para conmover. Qué aventura es ver una película en familia un viernes por la noche, momento en el que vuelan por el salón las pizzas y el ketchup. No hay expectativa mayor que ponerse delante de la pantalla para disfrutar de una película que no sabemos a dónde nos llevará.
Y los amigos hay que cultivarlos. Por ejemplo, hoy es Santa Hildegarda de Bingen. Otra de esas amigas inolvidables que tengo, aunque lleve en la presencia de Dios más de nueve siglos. Hablo de una abadesa benedictina del siglo XII que dedicó toda su vida a alabar a Dios con una imaginación desbordante. Vamos, que tocaba la flauta en todas las plazas, como esos niños del Evangelio de hoy, y así transmitía su alegría de estar cerca de Dios. Fue la inventora de la cerveza moderna, porque introdujo en la fórmula el famoso lúpulo, para darle a la bebida un cierto amargor y una capacidad de resistencia mayor. Era compositora, llegó a inventarse un idioma, escribió tratados sobre el poder de las piedras… Absolutamente fascinante.
Qué maravilla es siempre encontrar un prototipo y no un patrón de persona. Si Dios nos hizo diferentes no sé por qué buscamos la uniformidad, es de locos.