En el primer Domingo de Cuaresma el evangelio de San Mateo nos presenta la experiencia de Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública. Es la Cuaresma de Jesús. Cuarenta días de ayuno en el que Jesús es tentado por el diablo. El evangelista resume en tres las tentaciones.
La primera tentación acontece en el «desierto». Después de un largo ayuno dedicado al encuentro con Dios, Jesús siente hambre. Es entonces cuando el tentador le sugiere actuar pensando en sí mismo olvidando el proyecto de Dios: «Si eres Hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en pan». Jesús, desfallecido pero lleno del Espíritu de Dios, reacciona: «No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de Dios». No vivirá buscando su propio interés. No será un Mesías egoísta. Multiplicará panes cuando vea pasar hambre a los pobres. Él se alimentará de la Palabra viva de Dios.
La segunda tentación se produce en el «templo». El tentador propone a Jesús hacer su entrada triunfal en la ciudad santa, descendiendo de lo alto como Mesías glorioso. La protección de Dios está asegurada. Sus ángeles «cuidarán» de él. Jesús reacciona rápido: «No tentarás al Señor tu Dios». No será un Mesías triunfador. No pondrá a Dios al servicio de su gloria. No hará «señales del cielo». Sólo signos para curar enfermos.
La tercera tentación sucede en una «montaña altísima». Desde ella se divisan todos los reinos del mundo. Satanás hace a Jesús una oferta asombrosa: le dará todo el poder del mundo. Sólo una condición: «si te postras y me adoras». Jesús reacciona violentamente: «Vete, Satanás». «Sólo al Señor tu Dios adorarás». No será un Mesías dominador sino servidor. El reino de Dios no se impone con poder, se ofrece con amor.
Para Mateo, el comportamiento de todo creyente pasa por hacer la voluntad de Dios; el ejemplo de Jesús, siempre fiel al Padre, nos consuela en nuestras pruebas y nos empuja a decirle: “No nos dejes caer en la tentación”.