En este relato evangélico Jesús resucitado se manifiesta a un grupo de discípulos en Galilea mientras están ocupados en la tarea cotidiana.
Son siete los discípulos que salen a pescar juntos y siete es un número que indica plenitud; representan, por tanto, a todos los seguidores de Jesús en la tarea de ser "pescadores de hombres". Aunque trabajan juntos y bajo las órdenes de Pedro, es de noche y vuelven de vacío. Sólo cuando siguen las indicaciones del Resucitado, cuando desde la orilla amanece, consiguen pesca abundante. Y es que la tarea misionera no depende sólo del esfuerzo humano, sino sobre todo de la presencia del Resucitado en ella.
Jesús, además, los prepara y convoca para la comida eucarística. Él es el único pan que se parte y reparte por amor, y, aunque no necesita la pesca de los discípulos (ya hay peces colocados sobre las brasas), pide la colaboración humana ("traed algunos de los peces..."). Pedro acerca al Señor el trabajo de los siete: una red llena, una Iglesia universal en la que caben todos, en la que ninguno se pierde (la red no se rompe).
Junto al discípulo amado, que reconoce a Jesús como "el Señor", adquiere protagonismo la figura de Pedro, cuyas acciones nos hablan, de forma simbólica, de su trayectoria personal y religiosa: antes de conocer a Jesús, el Señor, Pedro estaba desnudo, símbolo de debilidad y miseria; cuando lo conoce se ciñe un vestido, símbolo de su disposición para el servicio, y se lanza al agua, un gesto que expresa la entrega de la vida.
Ojalá nosotros, que conocemos al Señor, nos lancemos al mar, dispuestos al servicio misionero, bajo las órdenes del Resucitado y participemos del banquete eucarístico con los hermanos.