Hoy leemos la parábola del hijo pródigo. Forma una unidad con la parábola de la oveja perdida y la de la moneda perdida, con un mismo esquema: algo que se pierde, algo que se encuentra, algo que se celebra con gran alegría.
Jesús dirige estas parábolas a los escribas y fariseos, que criticaban su comportamiento con los publicanos y pecadores, con la intención de justificar su proceder desde la misericordia de Dios: Dios hace fiesta como el pastor, como la mujer y como el padre al encontrar al pecador perdido.
En la parábola del hijo pródigo encontramos tres protagonistas: el hijo menor se aleja de la casa del padre y representa a todo pecador que hace mal uso de su condición de hijo y se aparta de la amistad de Dios; a toda persona que reconoce su pecado e inicia un camino de conversión hacia el Padre.
El padre representa a Dios que espera el retorno del hijo perdido no para castigarlo, sino para devolverle su condición de hijo (el anillo, el vestido, las sandalias); un Dios que hace fiesta e invita al banquete de la Eucaristía a todo pecador arrepentido.
El hijo
mayor representa a los escribas y fariseos a quienes Jesús dirige la parábola;
éste lo ha hecho todo bien, se cree perfecto, no admite al hermano que ha
vuelto, y no hace caso de la invitación
del padre a unirse a la fiesta y recomponer la hermandad perdida. Nosotros
estamos también invitados a participar con alegría en la fiesta del perdón que
nace del amor de un Dios que es como el padre de la parábola.