En el evangelio, Jesús hace cumplir la ley de manera justa, enfrentando a los acusadores de una mujer pecadora. Alegra y salva la vida de esta mujer cumpliendo sus sueños de ser amada por alguien y liberada de sus ataduras. Es muy simple: por encima de la ley y los juicios morales, están las personas y las situaciones concretas de su pecado e historia.
La palabra de Jesús siempre es Buena Nueva, no solo para la mujer a quien evidentemente le llega el perdón y la paz, sino también para el pueblo acostumbrado a ser objeto de juicios y condenas. Vivimos en sociedades propensas a juzgar y señalar las faltas que otros cometen, expertos en buscar culpables. Es el momento de volver el juicio hacia nosotros mismos y enfrentarnos a nuestra propia fragilidad: sólo Jesús puede dignificarnos y capacitarnos para dignificar a quien nos rodea. Nos llama a aliviar y a compartir agua viva a tanta persona sedienta en los desiertos del mundo. Hoy, en lugar de apagar la sed de miles de seres humanos, se acaparan las fuentes de agua, y se piensa egoístamente. ¿Cómo puedes aliviar la vida de personas necesitadas?