El pasaje que leemos hoy forma parte de los llamados "discursos de despedida" del cuarto evangelio; en ellos, tras el lavatorio de los pies y la traición de Judas, Jesús les dirige una serie de enseñanzas que vienen a ser como su testamento espiritual.
En este fragmento destaca el tema de la "gloria"; con este término el Antiguo Testamento se refería a la manifestación poderosa y visible de Dios en la historia; ahora, paradójicamente, se refiere a Jesús crucificado y resucitado.
Otro tema importante es el del mandamiento del amor. Ante la inminencia de la muerte se dirige a los discípulos y les da un mandamiento nuevo: sus seguidores deben amarse los unos a los otros y dar testimonio así de un Dios que es Amor. Pero deben amarse no con un amor cualquiera, sino con un amor como el que Jesús les había mostrado, un amor que es capaz de llegar, si es necesario, hasta dar la vida.
Ese amor es la señal distintiva de los discípulos de Jesús y lo que distingue a una comunidad cristiana de cualquier otro grupo humano. Mostrar al mundo la gloria de Dios es presentar su rostro, que es amor. La mejor manera de hacerlo es seguir el mandamiento de Jesús: "Amaos unos a otros".