En la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, la liturgia propone la lectura de un fragmento de la crucifixión de Jesús tomado del evangelio de Lucas. En este momento el evangelista presenta a Jesús como Rey, rompiendo las expectativas mesiánicas de muchos.
Dejando de lado al pueblo que sólo mira, en el relato aparecen, por una parte, las autoridades, los soldados y uno de los malhechores crucificados; éstos se burlan de Jesús, en tres oleadas burlescas en que se repite el verbo "salvar" y los títulos de "Mesías", "Elegido" y "Rey de los judíos". Por otra parte, aparece el "buen ladrón" que se enfrenta al primer malhechor, reconoce su propia culpa y defiende la inocencia de Jesús y le pide que lo tenga presente cuando vuelva como Rey.
En el
umbral de la muerte, este buen ladrón, en contraste con el otro, que no tiene
temor de Dios, se dirige a Jesús desde la fe: cree realmente en su realeza, que
un día se manifestará. Desde la cruz, Jesús contempla el plan misericordioso de
Dios. El perdón a los que lo crucifican y la promesa al buen ladrón de
compartir su propio destino son la expresión de su victoria, del poder de un
rey que tiene autoridad para perdonar. La triple oleada de insultos, con el
"sálvate", es transformada en manifestación de misericordia y
salvación.