Por segundo domingo consecutivo, se interrumpe la “Lectio continua” del Evangelio de Lucas, esta vez recordar la Dedicación de la Basílica de Letrán. La fiesta de hoy nos ha podido llegar un poco por sorpresa. Podíamos pensar que era un domingo más, ya al final del año litúrgico; pero de repente se nos dice que estamos ante el recuerdo de una dedicación. Lo podemos aceptar de buena gana, porque también celebramos al Señor, que en este evangelio se nos ha presentado como el verdadero templo.
La Basílica es grandiosa. Es la primera
gran basílica cristiana de Roma y la catedral del Obispo de Roma, lo que la
convierte en la madre y cabeza de todas las iglesias del mundo. Construida
por el emperador Constantino, quien donó los terrenos al Papa Melquiades, la
basílica fue originalmente dedicada al Santísimo Salvador y posteriormente
añadidos los nombres de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
Pero lo que más nos interesa es saber que, más allá de estos templos majestuosos de Roma, hay un Templo, la persona misma de Jesús, que es el lugar donde la gloria de Dios ha habitado por antonomasia. Sí, en Jesús Dios nos ha mostrado el esplendor de su gloria. Jesús es eterno, y en él tenemos acceso a Dios siempre, en todo momento y en todo siglo. Él es también el fundamento sobre el que está construida la Iglesia de Dios que formamos todos nosotros. Sólo asentados sobre él podemos desafiar al tiempo que acaba con todas esas grandiosas construcciones. La celebración es un signo universal de unidad con el Romano Pontífice y una invitación a reflexionar sobre el templo que cada creyente es en el Espíritu Santo.
«Tú también puedes ser santo» es el lema de la campaña del Día de la Iglesia Diocesana que la Iglesia celebra este año el domingo 9 de noviembre. El secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia invita a conectar la santidad con el día a día de nuestras vidas. Precisamente, el 9 de noviembre, día de la dedicación de la Basílica de Letrán, es la jornada establecida por el papa Francisco para conmemorar a partir de 2025 a los santos, beatos, venerables y siervos de Dios en las Iglesias particulares.
Todos los materiales preparados para esta ocasión están disponibles en la página web de la campaña: https://www.portantos.es/. En ella, el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia presenta las huellas que dejaron los santos, beatos o venerables, sus rostros, para que su historia sea un ejemplo de fe en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, además del impacto que supone en cada diócesis y las actividades que se generan a su alrededor. “En ellos encontrarás cada día la inspiración que necesitas para llevar una vida de santidad”, apuntan. Todo esto está también en sintonía con la campaña del Día de la Iglesia Diocesana del año pasado en torno a las vocaciones, que llevaba por lema “¿Y si lo que buscas está en el interior?”.
Aquí te presentamos a un siervo de Dios cercano a nosotros. A Fernando Pastor, sacerdote de esta parroquia que murió mártir en el “vendaval de 1936”.
Fernando Pastor de la Cruz nació el 18 de enero de 1898 en Valhermoso de la Fuente. Hijo de Samuel Pastor Sánchez y Teodora de la Cruz Martínez. Sus hermanos fueron: Graciano (sacerdote asesinado en Campo Arcis), Felicia, Lucrecia, Carmen y Jesús.
Desde niño demostró vocación profunda para el sacerdocio por lo que ingresó en el Seminario de Cuenca. Realizó los estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de San Julián de Cuenca, desde 1913, obteniendo las mejores calificaciones. El año 1919 fue designado por el Seminario para que fuese a terminar la carrera, como alumno del Pontificio Colegio Español de San José, en Roma. Allí estudió en la Universidad Gregoriana los cuatro Cursos de Teología, en cuya facultad se graduó de Doctor en 1923, y al mismo tiempo estudió el primer año de Derecho Canónico en la misma Universidad, graduándose de Bachiller en esta facultad. También al mismo tiempo se matriculó en la Academia de filosofía de Santo Tomás de Aquino, en la que se graduó de Doctor el día 4 de enero de 1922.
Recibió el presbiterado el 26 de mayo de 1923, en la Basílica Lateranense de manos del Cardenal Pompili, Vicario General de su Santidad para la Diócesis de Roma y celebró su primera Misa en las Catacumbas de San Calixto, el mismo 26 de mayo de 1923.
A su regreso a la Diócesis de Cuenca fue nombrado capellán de la Clarisas de Alcocer y encargado de la parroquia de Alcohujate; en 1924 fue nombrado ecónomo de Buenache de Alarcón y Barchín del Hoyo, y en 1926 de La Roda.
Opositó a capellanes de la Armada y dos veces a una canonjía, siempre con las mejores calificaciones. Finalmente fue nombrado Párroco Arcipreste de Motilla del Palancar de cuya parroquia tomó posesión en noviembre de 1930.
Ahí le cedió el Ayuntamiento una casa que destinó para albergue de los pobres transeúntes. Al llegar la República y haber sido suprimido el presupuesto del Culto y Clero decidió poner una imprenta donde trabajó para ganar el pan de sus padres y de sus pobres.
Su padre presintiendo el peligro, varias veces le aconsejó que se marchase una temporada al extranjero, pero él siempre le contestaba lo mismo: “El Sr. Obispo me ha confiado este rebaño y yo no lo habré de abandonar hasta no verme muy obligado”. Pocos días antes, una mujer muy católica de su feligresía llamada Teresa, le anunció algo del golpe terrible que se estaba incubando, y él le dijo: “¡Si ha llegado ya la hora de tener que dar nuestra sangre por la religión, ésta no tiene ninguna importancia ni valor alguno, lo mismo da un poco antes que un poco después! ¿No dio Jesucristo la suya siendo tan preciosa por nuestra salvación? ¡El mayor negocio de este mundo es el que cuando esta llegue, nos coja bien preparados!”
En primeros días de la guerra civil estuvo tranquilo hasta que ya en la festividad de Santiago Apóstol le prohibieron abrir la Iglesia, y por la tarde determinó trasladarse a la casa solariega de sus padres en Rubielos Bajos. Allí vio y oyó escenas que le atemorizaban, el día 8 de agosto fue informado del asesinato de su hermano Graciano, sintiendo mucho su muerte, diciendo: “después moriré yo”. Fue a visitar al párroco D. Juan José Camacho, se confesaron mutuamente y se despidieron hasta la eternidad.
El 25 de agosto los milicianos le avisaron para que fuera al Ayuntamiento, pues de Motilla querían tomarle declaración, le acompañó su padre. El alcalde y tres milicianos le dijeron a su padre que estuviera tranquilo que en cuestión de un par de horas el mismo coche lo devolvería a su casa. Una vez subido en el coche y camino de Motilla, empezaron a insultarle, maltratarle y amenazarle de muerte. Después de un día en la cárcel, le montaron en un camión y lo llevaron al lugar designado para matarlo fuertemente atado. Llegados allí lo tiraron del camión y le pidieron que blasfemara contra Dios. Como no blasfemó le hicieron una descarga de fusiles y murió diciendo: “¡Viva Cristo Rey!”. Murió asesinado el 26 de agosto de 1936, a las tres de la mañana en Hontecillas en el camino de Valverde de Júcar, sólo por ser sacerdote católico y por odio a la fe de Cristo.