En este primer domingo de Cuaresma leemos el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto en la versión de Lucas. Aparece ligado al relato del bautismo en el Jordán: allí el Espíritu descendía sobre Jesús y aquí lo conduce al desierto; allí era declarado "Hijo de Dios" y aquí se pone a prueba su condición de Hijo.
Las tentaciones quieren hacer cambiar de rumbo la misión de Jesús. La primera de ellas lo invita a aprovecharse de su poder para transformar las piedras en pan, es decir, para salir victorioso de las dificultades materiales. Pero la vida supera con creces lo material. La segunda le propone que reconozca como dueño y señor a alguien que no es su Padre. Y él la supera confesando que no hay más Señor que Dios y sólo a Él servirá. Y la tercera le impulsa a manifestar su pretendida condición divina de forma ostentosa. Pero él rechaza la pretensión de exigir a Dios una intervención prodigiosa que ratifique su condición de Hijo de Dios.
La tentación sitúa a Jesús ante la opción de elegir entre el proyecto del Padre y el proyecto que le presenta Satanás. Pero Jesús no cede ante la seducción, elige sin dudar el proyecto del Padre, a diferencia de lo que hizo Israel durante su historia. La tentación no fue para Jesús algo puntual. Lo acompañó durante toda su vida y su misión. También está presente en nuestra vida como algo que quiere apartarnos de la voluntad de Dios. El tiempo de Cuaresma es tiempo para reconocer y para vencer la tentación.