Después de mostrar con palabras y signos la llegada del Reino de Dios en torno al lago de Galilea, ahora se desplaza a su tierra, a Nazaret. Allí, en contra de lo que se podía esperar, la gente lo recibe con incredulidad.
No podían creer en Jesús que, en el ámbito religioso, había cambiado la imagen que se tenía de Dios y decía actuar en su nombre; no podían aceptar que no respetara las normas establecidas en lo social; no podían aplaudir que, en lo familiar, dejara su casa, no siguiera el oficio de su padre y hablara de otra familia no marcada por los lazos de sangre; no podían entender que rehusara ponerse del lado de los poderosos y proclamara el peligro de las riquezas. No podían creer, ¿quién se ha creído que es?
Por ello, Jesús denuncia su falta de fe y el rechazo “en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Este rechazo de Jesús sería muy significativo para la comunidad de Marcos, como también lo es para nosotros: Si el Maestro ha sido rechazado, sus seguidores no pueden esperar un trato mejor; tienen que aprender a no desanimarse ante la hostilidad, mantenerse fieles ante la dificultad, mostrar coraje ante la indiferencia.