Conviene no olvidar que el evangelio es un gran “camino” que ilumina nuestra vida. Y eso del “caminar” era algo que Jesús hacía mucho. Iba por los pueblos y recorría los caminos anunciando la Buena Noticia. Y se encontraba con todo tipo de gente, la mayoría pobres, porque siempre están en los caminos, buscándose la vida y como sobrevivir.
Y en ese caminar nos sitúa hoy el evangelio, en un camino especial, el camino a Jerusalén. Es el camino de la Pascua, de la pasión y la resurrección. Y en ese camino, Jesús aprovecha para ir instruyendo a sus discípulos. Y en este capítulo 16 del evangelio de Lucas que empezamos a leer hoy y terminaremos la próxima semana, Jesús nos instruye a nosotros, que también somos sus discípulos, y que escuchamos esta palabra como Palabra de Dios, sobre cuál debe ser la actitud de un cristiano ante la riqueza y los bienes materiales. La conclusión está clara desde el principio y Jesús la dice sin medias tintas, para que todos la entendamos: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Cuando nos hacemos “servidores” del dinero, no
nos importan los demás, y nos
hacemos idólatras, porque convertimos en “dios” algo que no lo es y ponemos
toda nuestra confianza en que ese “dios”, al que llamamos dinero, nos va a
salvar. Pero cuando nos hacemos servidores de Dios, convertimos el dinero en un
medio que ayude a una mejor convivencia entre las personas, con un fin social
justo y es que toda persona tenga lo necesario para vivir dignamente. Y la
línea que separa un servicio del otro a veces es muy fina.