En este día en que se abre como un pórtico la Semana Santa celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén.
El espacio dedicado por el evangelista a la preparación de la entrada nos habla de la importancia de este acontecimiento: con el uso de un borrico Jesús quiere cumplir una profecía de Zacarías que habla de la entrada del Rey en Jerusalén y de la restauración del reinado de Dios a través de un camino novedoso.
Y es que Jesús viene en son de paz. El rey victorioso no trae la fuerza de las armas y de las alianzas humanas, no entra montando un caballo de batalla, sino un borriquillo. Es un rey y mesías pacífico, cuya realeza es subrayada por el clima de alegría, por la extensión de los mantos en el camino y por los gritos de los discípulos, citando el salmo 118: "bendito el que viene como rey, en nombre del Señor".
Sin embargo, frente a la alegría de los discípulos, contrasta la reacción negativa de algunos fariseos, que son incapaces de reconocer en Jesús al Mesías de Israel que ellos esperan.
La lectura de la Pasión afina aún más la identidad de Jesús. Es el Mesías pacífico, pero también es el Siervo de Yavé que sufre, que entrega su vida por todos, mostrando en medio del dolor una confianza inmensa en el Padre.